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El «neofascismo» vernáculo alza su voz

Sabida es la simpatía de los dueños políticos de El Tribuno por el Proceso. El diario de la familia del senador vitalicio Juan Carlos Romero, un devenido del peronismo a un “alza manos” libertario cada vez más notable, se pone la gorra del grupo del negacionismo cotidiano como algunos otros medios hegemónicos nacionales.

Por qué lloramos los argentinos…

jpg_Alfonsin_Despedida.jpgLos argentinos lloramos de pena, seguro. Pero quizás también de vergüenza porque asistimos sorprendidos al fenómeno de una despedida masiva impensada a un auténtico demócrata. Hoy también es un día considerado histórico por nuestra miopìa para reconocer a un caudillo argentino de tanta altura moral que la cruda realidad de nuestra clase politica actual desnuda esa carencia.


Hay razones sólidas por las que tardíamente vemos como hoy la figura de Raúl Alfonsín se agiganta con su partida, porque los archivos nos muestran sus valores, la honestidad, la transparencia, su dimensión humana. Todo el arco ideológico de la dirigencia actual se da tardíamente cuenta que a Raúl Alfonsín la historia le reserva un lugar de privilegio al lado de los grandes caudillos argentinos.

Y la verdad es que todos lloramos un poco de vergüenza, de impotencia, también de culpas propias y ajenas. Lloramos de nuestro propio derrotero político y sus poderes omnímodos. Porque nuestra historia se encarga de remarcarnos que los argentinos en la política, nunca estamos a la altura de las circunstancias, porque los hechos suelen pasarnos siempre por encima.

Cualquiera que sienta un poquito de pasión por vivir en democracia lloramos ayer, auque sea por un instante. Las lágrimas cayeron frente a las imágenes del archivo de la televisión y por ese fenómeno de congoja popular registrado. Un dolor que seguramente seguirán explotando algunos días más los canales de televisión, también por los “ratings” impensados logrados con su imagen de héroe de la democracia.

Alfonsín se murió en un momento clave del país. Mientras hoy su féretro se dirija a su morada final, acompañado por el dolor de todo el país y al menos ante unas cien mil personas, por la cantidad que se seguía sumando anoche a la fila para despidir sus restos en el edificio del Congreso.

Y se fue, lamentablemente convencido hasta último momento del injusto complot político, sindical y financiero que no lo dejó terminar su mandato y le obligó entregarlo cinco meses antes en medio de un caos popular a causa de la hiperinflación del 2001/02 gestada tambien por sus opositores.

En soledad, mirando a nuestro interior tenemos que confesar que hay razones concretas para llorar. Por las oportunidades perdidas, por esos retazos de la historia de un tiempo que pudo ser infinito y que hoy nos azota.

Su salida apresurada del poder fue fogoneada por sus poderosos adversarios políticos y por consecuencia la impaciencia popular, agudizada por la hiperinflación y los saqueos.

Algunos lloramos también de bronca porque vemos la total desmesura en los políticos históricos que nunca se fueron y que desde ayer saludaban a Alfonsín frente al dolor tardío e irremediable del pueblo que tampoco le perdonó sus errores.

Esa bronca persiste al ver a ciertos personajes del peronismo y menemismo (da igual) que lo extorsionarion hasta el límite para que entregue inmediatamente el poder y luego le acusaron de abandono de la presidencia.

“Algunos políticos piensan que para recuperar el poder es necesario que al gobierno le vaya mal, pero lamentablemente no se dan cuenta que al pueblo es al que le va mal”, fue uno de los tantos conceptos claros de un hombre que siempre dio cátedra de política.

La imagen cada vez más gigante de Alfonsín desnuda las propias carencias de la mayoría de los políticos en danza, sus traiciones, ingratitudes y sus miserias, todo es moneda corriente en el poder político actual.

Y decía que Alfonsín se murió en un momento clave para la Argentina, porque hoy el que será recordado por la historia como el padre de la democracia. Su imagen representará de aqui en más la antítesis de la era actual del travestismo político y de una política caníbal que antepone sus intereses mezquinos frente a los intereses del pueblo.

Lloramos entonces, por la impotencia, por la bronca, por la envidia. Pareciera que hoy todos le dimos el pésame por el infierno que merecimos (una década después de su frustrado mandato) y por el cielo que nos dimos cuenta que perdimos dos décadas y medias después.

Con el tiempo esta dirigencia actual tendrá podría ser reconocida como los vampiros politicos, porque esta raza política signada por la deshonestidad y la corrupción, no podrá reflejar nunca su imagen frente al espejo del padre de la democracia contemporánea.

¿Por qué lloramos los argentinos? Nos preguntamos una vez más. Porque hoy no suena lo mismo las palabras de Alfonsín: “Queremos la patria que soñamos los argentinos”; como suena superficialmente en boca de los dirigentes y gobernantes actuales.

Tampoco aquell clásico juramento patriótico cuando un presidente asume su mandato, no resoena igual dicho por Alfonsín que en boca de los presidentes que lo sucedieron.

Y no esta mal que lloremos de pena y de bronca. Merecemos llorar -tarde claro- porque ahora reconocemos que Alfonsín fue un hombre de códigos, convicción y principios que la clase política actual carece. Porque además, los argentinos veremos hoy como se sepulta con Alfonsín al último paradigma de la dignidad y honestidad política en la Argentina.

El llanto es el último adiós que podemos darle a un estadista que defendió los derechos humanos para atrás, e intentó defenderlos denodadamente para adelante. Incluso a costa del deshonor político sufrido durante años. Una historia que lamentablemente comienza a revertirse el día después…

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