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Sobre admoniciones y justos

Cargnello junto a Urtubey
Cargnello junto a Urtubey
Dos Iglesias Católicas han coexistido a lo largo de la joven historia argentina y de este continente al que ahora llamamos América. Aquella admonitoria que manda a las almas mortales a abrazar la fe sin importar nada más, y aquella no cegada por el dogma, que conoce la naturaleza humana y sus miserias, aún las de los religiosos, y trata de ayudar a quienes más lo necesitan.


De un lado se suelen ubicar aquellos que acompañan su fe con cierto amor por el poder terrenal (aunque jamás lo reconozcan), un tanto ensoberbecidos, y bastante absolutistas. Del otro están los hombres y mujeres justos del cristianismo.

La historia argentina registra muchos ejemplos de ambas Iglesias. Hace pocos días, en el inicio del Triduo de la Fiesta en Honor a la Virgen y el Señor del Milagro, el arzobispo de Salta, Mario Cargnello, trajo el recuerdo de uno de ellos: el obispo Francisco de Victoria, que participó de la introducción del catolicismo en estas tierras.

Cargnello se valió de la festividad para intentar imponer sus pensamientos sobre el resto de los salteños: no solo reivindicó la educación religiosa en las escuelas públicas de la provincia y sostuvo que los homosexuales pueden ser tolerados solo por caridad, sino que intentó argumentar a favor de un estado religioso, una posición a contrapelo de los preceptos de la Constitución Nacional, que ha optado por un estado laico.

Seguramente no es lo que opina el arzobispo Cargnello, pero traer al presente la memoria del fray Francisco de Victoria no impresiona como una idea feliz si lo que se quiere es resaltar las buenas influencias de la Iglesia Católica sobre el quehacer público nacional. Es que el obispo de la colonia fue, cuanto menos, un personaje polémico.

Es conocida su enemistad con el gobernador de Tucumán (entre 1586 y 1593), Juan Ramírez de Velasco, y con su antecesor, el fundador de Salta, Hernando de Lerma, que sufrió en carne propia haberse enfrentado con Victoria y otros religiosos como el deán Francisco de Salcedo.

Aún teniendo presente esa enemistad, las acusaciones que Ramírez de Velasco le enrostró a Francisco de Victoria dan por lo menos para pensar antes de mencionarlo como ejemplo. Ni bien asumió en la gobernación del Tucumán Ramírez de Velasco combatió las prácticas de amancebamiento, sodomía y estupro contra niñas indígenas. Más tarde el gobernador acusó a Victoria de realizar contrabando.

El historiador Felipe Pigna reproduce sus denuncias ante la Audiencia de Charcas: “Si hay escasez de sacerdotes se debe, no a la pobreza de la tierra, sino a los malos tratamientos del prelado porque aun los legos no lo pueden sufrir. A mí me ha excomulgado dos veces. Todo su negocio es tratos y contratos”.

El gobernador le escribió también al rey Felipe II informándole que había sorprendido al obispo realizando un contrabando de oro a Brasil, de paso le contaba: “El obispo Vitoria tiene amedrentados a vuestros vasallos con sus continuas excomuniones y su vida y ejemplo no es de prelado sino de mercader (…) No he visto que haya acudido a las cosas de su cargo ni le he visto en la iglesia ni entiende en la conversión destos pobres naturales”.

Victoria es recordado oficialmente como el iniciador del intercambio comercial entre Tucumán y Brasil. En realidad la principal actividad comercial del obispo era el tráfico de esclavos. Su empeño era tal que fue acusado formalmente de avaricia y codicia, aunque fue absuelto por la Corona.

Quinientos años después, otro prelado de la Iglesia Católica, el arzobispo de Salta, aseguró que desde 1492 hubo un “encuentro” entre los españoles y los pueblos originarios. Cargnello pasó por alto las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la conquista española, aquellas prácticas que denunciaban otros exponentes de su misma Iglesia, como los frailes Bartolomé de las Casas y Antonio de Montesinos.

“Los españoles trataron a estas mansísimas ovejas (los indios), y olvidándose de ser hombres, y ejerciendo la crueldad de lobos, de tigres, y de leones hambrientos. De cuarenta años a esta parte, no han hecho ni hacen sino perseguirlas, oprimirlas, destrozarlas y aniquilarlas por cuantas maneras conocían ya los hombres y por las nuevas que han inventado ellos.

Así hay ahora en la Isla Española solo doscientas personas naturales de allí, habiendo habido en el principio hasta tres millones.” Cuenta Las Casas en su obra “Brevísima relación de la destrucción de las Indias-Occidentales” también conocida con el título de “Historia de las crueldades de los españoles conquistadores de América”.

Junto a Montesinos y a otros frailes dominicos, Las Casas se esforzó por eliminar la esclavitud de los pueblos originarios. Su lucha le demandó toda la vida.

Un ejemplo muy distinto al del fray Francisco de Victoria, el elegido del arzobispo de Salta para recordar la “comunión” de la Iglesia Católica con los naturales de estas tierras.

A despecho de las narraciones del padre Pedro Lozano, uno de los escribas de la estigmatización de los pueblos originarios del Gran Chaco, que aseguraba que los indios tenían tratos con el demonio y comían carne humana, el fray Bartolomé de las Casas veía y denunciaba los horrores cometidos por sus compatriotas, a los que acusaba de haber aniquilado la población de la región central del continente. “Podemos asegurar que los españoles han quitado con su atroz e inhumana conducta más de doce millones de vidas de hombres, mujeres y niños: pero según mi opinión pasan de quince.”

Las Casas tenía opinión formada sobre las razones que motivaron estos comportamientos: “La única causa de tan horrible carnicería fue la codicia de los españoles. Estos se propusieron no tener prácticamente otro Dios que el oro, llenarse de riquezas en pocos días a costa de unas gentes humildes y sencillas, a las cuales trataron infinito peor que a las bestias, como yo mismo lo he visto, y aún con mayor vilipendio que el estiércol de las plazas; en prueba de lo cual no cuidaban ni aun de las almas de los Indios pues dieron lugar a que estos infelices muriesen en los tormentos sin ser convertidos a la santa fe cristiana.”

Estos relatos no encajan en el vocablo “encuentro”. Y, por lo que se sabe del obispo Francisco de Victoria, se ubica más bien entre estos españoles que entre los que ejercitaban la caridad cristiana.

Lástima que el arzobispo Cargnello haya elegido esta expresión de una Iglesia rica en buenos ejemplos.

  • Elena Corvalán

    Periodista

    Fuente: Nuevo Diario de Salta

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