A cuatro semanas de las elecciones primarias en el país, y con los continuos desaciertos y negocios de última hora del gobierno perdidoso, que pronto –por fin- dejará el poder en Argentina, la diáspora ideológica del mejor equipo de los últimos cincuenta años se aprecia a simple vista.
Con la certeza de que el 27 de octubre próximo, no solamente se va a repetir un resultado catastrófico para el oficialismo sino que todo hace vislumbrar una diferencia bastante mayor, nunca se evidenció tanto en un presidente, la mixtura fatal de soledad y soberbia.
El proyecto elitista de la oligarquía fundante de privilegios y abusos por doquier, que creció al amparo del fraude electoral primero y de todas las dictaduras militares después, creía que por la inesperada validación electoral del 2015, sentaría las bases para una patria chiquitita que solamente los contemplara a ellos, pero afortunadamente no fue así.
Temporariamente favorecidos por una brutal y nunca igualada campaña mediática, orquestada para convencer a parte del electorado, que la totalidad de la gestión oficial anterior había sido una catástrofe, se anunciaron mesiánicamente como los incorruptibles salvadores de la Patria.
Y pasaron a ejecutar un plan mezquino, concentrado, de endeudamiento ilimitado, de bicicleta financiera y fuga de divisas y especulador, y con una proyección de Nación que no alcanzó a traspasar la sombra del obelisco.
La mayor pare de los empresarios de medios en los programas de desinformación de esa oligarquía, que obedientemente cubrían por turnos todas las noches en todos los canales hegemónicos, al día siguiente de las PASO se dieron vuelta como panqueques.
Solo algunos acólitos, permanentemente elogiados por las organizaciones de periodistas que los mismos grupos de poder financian, siguen hasta hoy siendo leales, y ensayan desde una postura actoral como si fueran profetas del apocalipsis, todo tipo de desatinos.
Y en medio de tamaña desorganización esta primera semana de septiembre ha sobresalido en esa vergonzosa puesta en escena, el serio lustroso vociferador de la impronta monopólica, el empleado estrella de la familia Mitre, Joaquín Morales Solá.
Agitado por la pasión imposible de querer hacerle creer a sus hipotéticos televidentes que la corrida cambiaria no llegará a ser una de tipo bancaria, recomendó a los ahorristas de dólares que siempre es mejor dejar los dólares en los bancos, aún con la casi certeza que le se los harán quiquito, pero por lo menos les darán un bono a cinco años.
Pero en cambio, si se los llevan a sus hogares –explicó con maldad impecable y cara de sabiondo- correrán el riesgo de la inseguridad de las calles primero, y quedarán a merced del robo por parte de una mucama, un chofer, o un taxista, y de ese modo perderán todo.
En buen romance el perverso comunicador de la oligarquía asentó en vivo y en directo el prejuicio paranoico de la clase rica, de que todos los trabajadores y pobres, son siempre sospechosos y candidatos ciertos a ladrones.
Y también marcó la diferencia entre el ilícito que puede cometer un banquero, que resultaría muy top y subsanable con la engaña pichanga de un bono tomando por boludos a todos, que verse humillados por el hurto del servicio doméstico.
Como se ve, en esa casi esquizofrénica mentalidad, para esta calaña de elite, los delitos tienen diferente rango según los cometa un igual a ellos, alguien de la gente como uno, uno de nuestros hijos, o un trabajador.
Un banquero en esos casos seguramente habrá cometido irregularidades administrativas, en cambio su mucama será una negra desagradecida que no valora todo lo que hicieron por ella.
En los últimos años se ha predicado con esmero que en la Argentina existe una grieta social, y ello es exacto y preciso, pues la misma oligarquía dueña del poder económico se encargó desde la formación del país de generarla.
Allá en tiempos de la llamada Conquista del Desierto, idearon y pusieron en práctica la generación de esa clase distinta, y pusieron por delante esa enorme grieta, para separarse del resto de la población, para abroquelarse en sus estancias conseguidas a base de saqueo.
Y de manera totalmente descarada han intentado cargar la responsabilidad de esa grieta a la gestión de los gobiernos nacionales y populares, cuando en realidad lo que les preocupa no es la grieta, que muy bien conocen porque ellos la han creado como herramienta de poder, sino que lo que realmente les asusta es que con un programa económico de distribución del ingreso con justicia social, esa grieta se achique, y pierdan privilegios.
En algunos pocos segundos el desatino ilimitado de Joaquín Morales Solá ha resumido ciento cincuenta años de historia, exponiendo una mentalidad facciosa y discriminadora, excluyente de mayorías, apologista de la pretensión de mantener la fatal realidad de que siempre habrá ricos y pobres, y para eso crearon la grieta, para separar a unos de otros.
En ese camino no trepidan en calificar de autoritarismo o tiranía a cualquier proyecto nacional que pretenda cambiarles las reglas del juego que a ellos les convienen, para poder seguir exhibiendo con ostentación sus posiciones de privilegio.
De allí las calificaciones despectivas de todo lo que odiaron, El Peludo (Irigoyen), La Tortuga (Illia), El tirano (Perón), o la Yegua (Cristina Kirchner), y se jactaron de cada golpe militar que los derrocara, aplaudiendo a rabiar los fusilamientos de sus opositores.
Que esa clase despreciable de oligarcas aggiornados tras la insípida y vacía misión de vida limitada a acaparar riquezas y ser ventajistas en todo, se comporte de esa manera, demuestra una visión escasa de civilidad y los muestra como perfectos miserables, discriminadores, racistas, y parte de una humanidad perdida en la barbarie.
Pero al fin y al cabo la súplica televisiva de este personaje a los histéricos ahorristas que corrían a retirar sus depósitos, los ha expuesto desnudos antes los televidentes (mucamas, choferes y taxistas), que seguramente habrán comprendido que no debieron dejarse seducir por estos enemigos de la justicia social y la solidaridad, y que tendrán ahora la agudeza de no volver a votar nunca a más a su propios despreciables verdugos.
Daniel Tort
danieltort052@gmail.com