La muerte del genocida, dictador, y desaparecedor de hombres, mujeres y bebés Jorge Rafael Videla, no pasa de ser sino sólo un hecho inevitable de la finitud humana. Apenas conocida la noticia de su deceso se pudieron escuchar voces de ciudadanos que expresaron su alegría por el fatal evento, y hubo quienes hasta dieron por cerrada una etapa y creyeron ver en su muerte un triunfo.
Es verdad que la conducta miserable de este agente de intereses foráneos y conductor de la más feroz dictadura cívico militar de nuestro País no puede generar simpatía alguna, pero si nos sentamos sobre su muerte para enarbolar ese hecho como un triunfo nos podría colocar en las entrañas de un fatal engaño, porque con toda su brutalidad y su servilismo, ese personaje no ha sido autor ni ideólogo del plan llevado a cabo a partir del mes de Marzo de 1976.
Apenas su rol se ha limitado –como el de todos sus camaradas antecesores en otras dictaduras- al pobre, triste y deslucido papel de servir al sistema de expoliación imperial diseñado para la época, para contener los procesos de transformación que se insinuaban en América Latina.
La planificación y la instauración del programa económico a cargo de José Alfredo Martínez de Hoz, quien para intentar ocultar el mandato foráneo reiteraba una y otra vez que el mismo pertenecía a las fuerzas armadas, no fue un hecho casual, ni la impronta de una impaciencia castrense, ni mucho menos una empresa surgida de sectores nacionalistas como se la presentara. Fue un paso más en la implementación de lo que don Arturo Jauretche llamara – cuando ocurrió el golpe de estado de Septiembre de 1955 en contra del gobierno justicialista- “el retorno al coloniaje”, plan que por entonces estuvo dirigido por Raúl Presbich.
Ese sistema de desaparición forzada de personas, asesinatos, secuestros, tráfico de personas, robo y demás delitos comunes perpetrados por delincuentes comunes, no fue sino la antesala y la preparación de un terreno vaciado de contenido transformador y revolucionario, que con una generación ausente por la muerte o el exilio de gran parte de los actores que intentaban el cambio social, sirvió posteriormente para la implementación prolija y apresurada de los postulados del llamado Consenso de Washington [[Disciplina fiscal
Reordenamiento de las prioridades del gasto público
Reforma Impositiva Liberalización de las tasas de interés
Una tasa de cambio competitiva Liberalización del comercio internacional (trade liberalization)
Liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas
Privatización
Desregulación
Derechos de propiedad]], redactado por John Williamson a fines de 1989 para que desde los Estados Unidos se aplicara en toda Sudamérica.
Por ello, no es casual que a mediados de ese año los sectores reaccionarios y los grupos concentrados de la economía apuraran la salida del entonces presidente Raúl Alfonsín para colocar en su lugar a “La Rata” [[Carlos Menem, Presidente de Argentina 1989-1999]] que llevó adelante uno por uno los postulados de ese plan norte americano bajo el eslogan de “La Revolución Productiva”, y así se enajenó el patrimonio nacional y se engrosó aún más la deuda externa que los mismos grupos en dictadura habían llevado de U/S 5.000 millones con María Estela Martínez a comienzos de 1976, hasta U/S 45.000. millones en Diciembre de 1983, para una iniciación democrática condicionada por la deuda, que en la actualidad alcanza la friolera de U/S 200.000 millones, a pesar de todos los enormes pagos realizados.
De esta manera, y siempre siguiendo estrategias de largo plazo pensados para la dominación y el saqueo, las dóciles democracias de América Latina se conducen entre elogios a granel del mismo imperio planificador, y siguen sosteniendo el esquema de concentración, especulación y entrega de los recursos naturales.
Basta pensar en la vigencia de la llamada Ley de entidades financieras Nº 21.526 –en realidad un bando militar de Abril de 1976- que rige operaciones especulativas exentas de todo tributo; o los acuerdos con empresas como Barrick Gold para la contaminación y la destrucción de glaciares y peri glaciares de la Cordillera de
Los Andes en la búsqueda del oro que sirve precisamente de apoyo al sistema financiero usurario internacional, en los conocidos proyectos Veladero y Pascua Lama; o la entrega de la plataforma submarina para exploración y explotación a Repsol por veinte años; los pagos anticipados de deuda fraudulenta al FMI; el sistema regresivo impositivo fiscal donde los que menos tienen son los que más tributan (IVA), o los convenios petroleros con empresas transnacionales para la extracción de Shale Oil y Shale Gas (Vaca Muerta), etc.
Y así podríamos seguir con los ejemplos, para darnos cuenta que con Videla muerto no se ha terminado el oprobio, la pérdida de soberanía, la entrega ni la mansedumbre que nos conduce inevitablemente a la total dependencia de un sistema que exprime, explota, agota y consume. Muerto el representante del plan expuesto estamos muy lejos de liberarnos, de llevar adelante el sueño de esa generación que se ofreció para luchar y morir en el proyecto de vivir en un mundo distinto, con equidad y no con rapiña; con humanismo y no con capitalismo.
Por el contrario, todo el esquema troncal y decisivo para consolidar al sistema de especulación donde los grupos concentrados de la economía seguirán llevando la parte del león y donde los trabajadores y trabajadoras argentinas se seguirán quedando con los vueltos, está intacto. El otrora tirano ha muerto, pero su servil obra ha quedado en pie.
No hay nada de que alegrarse, no es tiempo de festejos. Es hora de volver a empezar.
- Daniel Tort, abogado y periodista
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