Solidaridad es un barrio ubicado a 10 km al Sureste de la ciudad. En menos de treinta minutos se llega, desde el centro, a esta otra Salta, que nada tiene en común con esa otra Salta, “la linda” que se vende al turista y que se lee en el eslógan de la última propaganda del Gobierno: “Hicimos una Salta admirada por los turistas”, palabras más, palabras menos. Y tienen razón. Lo único que les falta es agregar una palabra a la frase: “Hicimos una Salta sólo admirada por los turistas.”
Casas de construcción precaria, calles de tierra, ausencia de red de gas natural (por lo que se utilizan garrafas y leña de todo tipo), ausencia de los servicios mínimos, alta tasa de trabajadores temporales y desempleados, bajo nivel de instrucción de los padres, además de un ambiente de violencia donde el tráfico y el consumo de drogas están muy presentes. Un barrio al que, además, hay que sumar el estar asentado en un gran basurero, lo cual afecta a la vida de las más de 18.000 personas que en él habitan.
Su nombre puede sonar algo paradójico (al igual que los contradictorios “Democracia”, “Siglo XXI”, etc.), dependiendo desde dónde se lo mire. Si se tiene en cuenta que este barrio, como tantos otros, surgió durante un Gobierno que se retiró, de manera manifiesta, de los ámbitos de primera necesidad, para dejarlos en manos de fundaciones, ONG o de los mismos vecinos, entonces ese entiende que esa virtud, la solidaridad, se vuelva necesaria entre sus habitantes.
Yolanda Vázquez ejercita esa virtud todos los días.
Esta formoseña, corpulenta y alegre, mamá de tres hijos adolescentes, desde hace siete años lleva adelante, junto con un grupo de otras diez mamás voluntarias (la mayoría de ellas solteras), el comedor “Corazones felices”, ubicado en la cuarta etapa de Solidaridad. Allí almuerzan y reciben la merienda a diario unos doscientos niños, de entre seis meses y catorce años, que vienen no sólo de Solidaridad, sino también de barrios aledaños, como San Ignacio, San Benito, Convivencia o Cita.
El comedor, cuenta Yolanda, se inauguró en el 2000, pero sólo para brindar la Copa de leche. Más tarde, y con los aportes del Mercado Cofrutos, la Cooperadora Asistencial, Cáritas y donaciones de particulares (“Íbamos almacén por almacén”, recuerda), pudieron incorporar el almuerzo y la merienda; sin embargo, durante los tres primeros años, el almuerzo se preparó sin carne.
Esto era grave, si se tiene en cuenta que lo que movió a Yolanda y al grupo de madres a abrir el comedor fue su indignación y preocupación al advertir que muchos de los niños del barrio habían sido diagnosticados con lo que se denomina “canal 3” de desnutrición, esto es, menores que se encuentran en riesgo extremo de muerte por falta de una alimentación adecuada.
El comedor, a media mañana, está en plena actividad. Durante nuestro encuentro, Yolanda no descuida nada: entre bromas y retos, dirige a las tres mamás que en ese momento se encuentran trabajando para servir el almuerzo, Gladis, Adriana y María, ansiosa por ponerse ella también manos a la obra. Cuenta, además, con el apoyo de su marido y de sus tres hijos, con quienes a veces se enoja si le reprochan que para ella “el comedor es todo”. Y es que Yolanda conoce de privaciones y sabe, por eso mismo, ponerse en el lugar de los niños y las mamás a quienes ayuda.
“Yo hago esto de corazón”, asegura Yolanda, “yo sé lo que es el hambre, sé lo que es dormir en el piso, robar un pedazo de pan para comer.” El compromiso de las madres que trabajan en el comedor es incondicional. Sin embargo, “muchas veces no alcanza la comida”, pero “no podés no cocinar, porque los chicos se te plantan en la puerta; algo hacemos, entonces, arroz con leche, aunque sea. Es que los chicos no entienden que no hay.”
A mediados de este año, se abrió en el comedor, de la mano de un grupo de estudiantes de la UNSa, un Centro de Alfabetización. Con el programa “Encuentro” del Ministerio de Ciencia, Educación y Tecnología de la Nación, un grupo de adultos (en su mayoría mujeres) intenta recuperar su derecho a la palabra. Funcionó también, durante poco tiempo, el apoyo escolar para los niños del barrio, pero la iniciativa se cayó cuando el partido que la ofrecía comenzó a pedir que participaran en marchas “para hacernos cambiar de idea.”
La violencia familiar, el consumo de drogas entre adolescentes, los cada vez más numerosos casos de madres – niñas, son realidades comunes en este y en cualquier otro barrio marginal de la ciudad. “Necesitaríamos que vengan doctores o psicólogos a dar charlas”, pide Yolanda, pero también hace falta ropa y calzado, “porque a veces los chicos vienen descalzos y desabrigados.”
Consultada respecto del nuevo gobierno, Yolanda, entre optimista y resignada, sentencia: “Y, hay que esperar.”
- N de la R: Por colaboraciones, el Tel. de Yolanda es 154-472305.
- Fernanda Marcó, estudiante de Letras de la UNSa,
colaboradora de Salta Libre.