La Convención Nacional de la UCR reunida recientemente en Mina Clavero, Córdoba, recibió con una ovación la propuesta del Presidente del Socialismo, Rubén Giustiniani, de conformar una alianza electoral con vistas a las elecciones de 2009 y con proyección a las presidenciales del 2011.
Sin duda, una alianza de la UCR con el histórico socialismo es algo natural, si se tiene en cuenta que existen muchas y marcadas coincidencias entre ambos partidos, básicamente, la preocupación seria y responsable por quienes están postergados en nuestra Argentina, dentro de un incondicional respeto por nuestras instituciones y, por supuesto, la UCR se siente muy a gusto acompañada por otras expresiones con quienes hemos mantenido y mantenemos una muy fuerte afinidad, como es el caso del MID.
Debería ser claro que las alianzas, en política, constituyen algo natural, cuando lo que se propone unir son ideas compatibles, a la vez que la compatibilidad de ideas se asocia con la coincidencia de prácticas y metodologías. También debería ser claro que este tipo de alianzas no representa lo mismo que la construcción política en torno de una persona, a la cual se le trata de arrimar “refuerzos” para que “llegue”, para lo cual se apela una y otra vez a la famosa “pata peronista”, que le daría una especie de toque mágico de genuinidad, sobre el supuesto de que “si le falta la pata peronista la cosa no va, porque, “¿cómo puede imaginarse una construcción política que pretenda gobernar sin el peronismo?…”
Debería ser natural que en política no todas las alianzas son legítimas ni eficaces, como bien puede testimoniar la UCR con su última experiencia aliancista que la llevó al gobierno. En efecto, las alianzas se justifican cuando hay fuertes coincidencias que se aglutinan para hacer frente a un adversario a quien oponer ideas y prácticas de gobierno, y consecuentemente fracasan cuando la suma es tan abarcativa y heterogénea, que se desdibuja el propósito que se buscaba.
Nuevamente, la Alianza de 1999 que se agotaba en derrotar al menemismo, una vez logrado el objetivo, se desdibujó, porque no tenía un sólido adversario a quién enfrentar. En línea con este razonamiento, la pretensión del armado de una unión política que se intente en forma excluyente para derrotar al kirchnerismo, sin importar con quién se la constituya, va a reproducir los mismos defectos que la anterior, porque se desdibujará y las fuerzas centrífugas serán más fuertes que la cohesión interna de esa alianza.
Debe ser claro entonces que las alianzas se conforman para enfrentar un adversario político. ¿Quién es, pues, el histórico adversario político de la UCR?. Por supuesto, el Justicialismo, y el objetivo político de la UCR y sus aliados naturales es oponer a las propuestas del peronismo, las propias de la UCR. Esto no debe ser interpretado como “gorilismo”, figura con la que se pretende deslegitimar a quienes no comparten los principios y/o metodologías del peronismo, pretendiendo así darle al peronismo una pátina de sacralidad que desde luego no tiene, como no la tiene ninguna expresión política.
Por supuesto, es casi obvio que no es lo mismo ser “antiperonista”, que “no ser peronista”. Los radicales no somos “anti” nada: no somos “anticomunistas”, ni “anticlericales”, etcétera, porque nuestra fuerza y convicción no se basa en lo que rechazamos, sino en lo que ofrecemos a la sociedad: tolerancia, respeto, apoyo a los más débiles, búsqueda del pleno empleo, eliminación de la pobreza extrema, fraternidad latinoamericana…
Por su parte, el Justicialismo, a quien respetamos profunda e incondicionalmente, tiene otra impronta que los radicales, como integrantes de una visión diferente, no tenemos derecho a pretender definir, pero esa visión no es la nuestra y aunque, parafraseando a Voltaire, estamos dispuestos a todo por defender el derecho de los justicialistas a ser como deseen ser, los radicales no somos peronistas y también defendemos nuestro derecho a no serlo.