Una detenida política que en 1976 tenía 17 años contó el lunes 23 de julio, que fue reiteradamente violada mientras permaneció cautiva en un campamento levantado en el medio del monte, en las cercanías de la ciudad de Salta, que aparentemente estaba a cargo del Ejército. Los cuatro testigos de la víspera declararon sobre la persecución política en Metán. El abogado Andrés Ruarte sindicó al inspector de tránsito Eduardo del Carmen del Valle como el jefe de una banda de represores que operaba en la localidad del sur provincial.
En 1976 Juana Isabel López militaba con su familia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), cuyo brazo armado era el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), en el que militaron dos de sus hermanos.
La historia de la familia de Juana es la historia de muchas familias signadas por la militancia política y la represión homicida. A mediados de 1976 la familia conocía la persecución, que había comenzado ya en 1974, desde que el mayor de los hermanos, Luis Roque López (con el que Juana tenía especial estima) desertara del servicio militar para unirse en la lucha revolucionaria, y fuera asesinado por el Ejército (después de entregarse) en la conocida como la Masacre de Capilla del Rosario, en Catamarca.
“‘Su hijo el subversivo está muerto’, le dicen (los policías a su madre) de mala manera. Le dejan una carta a donde tenía que ir a reconocer el cadáver en Catamarca”, recordó Juana.
Si bien se sabían vigilados, por el inspector de tránsito Eduardo del Carmen del Valle y por el oficial Rolando Perelló, la primera detención de Juana ocurrió recién en mayo de 1976. Al mediodía un grupo de policías se llegó hasta la precaria casa paterna y se la llevó, junto a su madre y a su pequeña hijita. Las mantuvieron detenidas en la Comisaría, en celdas separadas, siendo interrogadas por el comisario sobre otros militantes políticos como Roque Montenegro, Juana Torres y Reinaldo Isola, los tres desaparecidos luego. Al cabo de una semana las soltaron.
Hasta una madrugada de junio de 1976 en que un grupo de hombres armados entró con violencia a la casita preguntando por “Chabela”, su apodo, y se la llevaron en vehículos Ford Falcon. La vendaron y la condujeron hasta la salida hacia la ciudad de Salta, donde la subieron, atadas las manos hacia atrás, a una especie de furgón donde pudo percibir que había más detenidos.
En ese vehículo fueron trasladados hasta un monte, del otro lado de la ciudad de Salta. A la llegada, la ataron de pies y manos, le mantuvieron la venda, le taparon la boca y la arrojaron en una gigantesca carpa en la que había otros detenidos. Allí fue interrogada permanentemente por un hombre, y violada recurrentemente por otro u otros hombres.
Cuando trataba de evitar las violaciones, recibía patadas. La tortura siguió hasta que perdió la noción del tiempo, y las sensaciones.
Estos momentos fueron revividos por Juana, cerrando los ojos frente al Tribunal. “Estaba tan harta ya con el manoseo, con todo, que les digo que tenía sífilis, que estaba siendo tratada porque, digo, como sea voy a defenderme de esto. Y a partir de ahí no me tocaron más”.
En el campamento, desde que llegó, escuchó “gritos, llantos de gente que torturaban”. Por las noches se escuchaban tiroteos, a veces oía los gritos, los llantos y luego los tiros. Un día se le cayó la venda y vió que la carpa “era grandísima, verde”, que había una mesita y hombres que se movían alrededor de ella, parecían militares.
Una noche le sacaron las ataduras de los pies, la subieron a un vehículo y la transportaron hasta un punto en el que la bajaron, con la venda y las manos atadas con una correa aflojada, y le dijeron que se quedara ahí, quieta. “No sé cuánto tiempo estuve parada ahí, no sé si me dormí parada ahí”. Hasta que se animó a soltarse las manos y sacarse las vendas y comenzó a caminar guiada por una luz, estaba sucia, harapienta y llena de moretones y llagas. Llegó a la ruta e hizo señas hasta que se detuvieron dos camioneros. Supo así que estaba en la zona de El Galpón, los hombres la llevaron hasta las proximidades de su casa, en Metán, pidiéndole que no los mencionara. Había pasado un mes desde su secuestro.
La banda de Metán
El abogado Andrés Ruarte acusó ayer al inspector de tránsito Eduardo del Carmen del Valle, al oficial de policía Rolando Perelló, al comisario Misael Sánchez, a un sargento Ruiz (del Ejército y que era yerno de Sánchez) como los integrantes de un grupo de represores que llevaron a cabo la persecución a militantes políticos en Metán y su zona de influencia. El abogado aseguró que Del Valle era el jefe del grupo y que el jefe del Área 132, a la que correspondía Metán, era un oficial del Ejército de apellido Figueroa.
Ruarte estudió derecho en la Universidad Nacional de Tucumán. Por su militancia estudiantil y política sufrió la cárcel entre noviembre de 1974 y noviembre de 1980.
En 1986 fue secretario del Juzgado de Instrucción Formal de Metán y como tal recibió las denuncias de familiares de víctimas de la represión durante la dictadura cívico-militar y de las propias víctimas que lograron sobrevivir. Contó que ante cada denuncia se realizaba una averiguación mínima y que los testimonios sindicaban a todas estas personas como integrantes de una banda de represores. Recordó asimismo que estas personas fueron a entrevistarse con el juez Américo Purita.
Ayer también declaró Héctor Saravia, quien en 1976 trabajaba como sereno para la firma Conciel y la madrugada del 3 de junio de ese año fue sometido a golpes por un grupo armado que buscaba a Reinaldo Isola, empleado administrativo de la misma firma que fue secuestrado esa misma noche y permanece desaparecido. Saravia dijo que estaba convencido de que se trataba de un grupo comando de la policía.
- Informe: Elena Corvalán