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El capitalismo financiero y la «libra de carne»

Griesa.jpgLos llamados “fondos buitre”, como las erupciones cutáneas que exteriorizan malestares de un cuerpo, vendrían a visibilizar la esencia de la fase actual del capitalismo, donde la ganancia no estaría ya mayormente ligada a la producción y al trabajo, sino a la especulación financiera, sin límites ni condicionamientos. Lo buitre es hoy, por estructura, el neoliberalismo en su conjunto, capaz de hacer de sus propias miserias y calamidades, la fuente de la rentabilidad absoluta.


Paradójicamente, y a diferencia de los acreedores de antaño, la “rapiña” actual del sistema financiero internacional detesta que los deudores cumplan con sus obligaciones y paguen en tiempo y forma. Los “buitres” no desean que haya cancelaciones, sino refinanciamientos y que la deuda se multiplique hasta hacerse impagable y la usura pueda ir por el todo, siempre en más, hasta la carne misma, hasta el hueso del deudor que, en al caso de los países, son a la postre los recursos naturales, el petróleo, los campos fértiles, etc.

Ese imperativo de ganancia irrestricta evoca la obra teatral de Shakespeare; “El mercader de Venecia”: Antonio, el mercader de Venecia, sale de garante de su amigo Bassanio que ha pedido un préstamo de tres mil ducados a Shylock. Éste pone como condición que, en caso de no pagarse la deuda a tiempo, el cobro a través de la justicia sea una libra exacta de carne a ser extraída del cuerpo de Antonio, preferentemente de la zona del corazón.

Shylock odia a Antonio pero, precisamente por ello, presta el dinero. Lo odia no sólo por las humillaciones y las burlas que frecuentemente le propina Antonio, sino más bien porque éste socorre a los deudores amigos en apuros prestándoles dinero sin cobrar intereses, haciendo caer así las rentas usurarias en Venecia. La posterior ruina económica del mercader ocasiona que la deuda contraída no pueda ser pagada el día acordado. Shylock reclama ante el Dogo de Venecia la libra de carne.

Cuando está a punto de cumplirse la sentencia, ingresa en la sala Porcia, amada de Bassanio, disfrazada de abogado. Viene con los tres mil ducados en auxilio de Antonio y dispuesta inclusive a duplicar la suma con tal de salvarle la vida. En este punto Shylock se torna caprichoso y no acepta el pago: no quiere los ducados, aunque se los multipliquen, sino la libra de carne, es decir, la muerte de Antonio. Argumenta que si no se cumple la sentencia en los términos firmados, se pondrán en peligro la constitución y la libertad en Venecia. Shylock, en nombre de la constitución y las leyes, despliega su capricho y antojo. En nombre de la constitución y las leyes, se coloca por fuera de la ley simbólica y del acuerdo civilizatorio. En nombre de la libertad esclaviza y pone de rodilla a sus deudores. El saqueo y la impiedad se imponen en nombre de lo legal.

Shakespeare revela en el personaje de Shylock, la insaciabilidad y el exceso que permiten la analogía con la irreductibilidad del capitalismo financiero actual y el capricho del superyó freudiano, esa instancia obscena y cruel, a la que Freud y Lacan asocian al imperativo categórico kantiano. Cuando el sujeto más obedece y se somete al superyó, éste, lejos de apaciguarse, más feroz se torna y más sacrificios le exige. Las renuncias al goce, no hacen más que aumentar la severidad superyoica, que transforma esa misma renuncia en un nuevo motivo para proseguir gozando. Shylock hace de la renuncia a los ducados la palanca de un relanzamiento del goce pulsional irrestricto y la oportunidad de la ganancia sin recortes, sin condicionamientos. Va por la vida misma del deudor.

En otros términos, el sistema financiero actual está en condiciones de aniquilar al otro sin que ello sea un delito y vendría a representar el más allá de la época, ese punto irreductible al ordenamiento significante. Los fondos buitre se aferran a las cláusulas jurídicas, al mismo tiempo que se sitúan por fuera de la ley simbólica.

La irreductibilidad pulsional se evoca también en aquel mito griego, narrado en «La metamorfosis» de Ovidio, en el que Eresictón, a causa de haber hachado el roble que contenía los milagros de la diosa Ceres, fue castigado con los rigores del hambre implacable. En su voracidad sin fondo, todo alimento le resultó poco; en su pantagruélica cena hasta los residuos fueron platos. Y como la insatisfacción persistía, terminó comiéndose a sí mismo.

Lacan sitúa al discurso capitalista como una variante del discurso del amo, que a diferencia de éste, es un discurso sin pérdida, es decir, que no presenta una discontinuidad en su recorrido. En esa circularidad todo es reintroducido, aun los desechos de la operación capitalista que son reciclados y transformados en fuentes de las mayores ganancias, en una operación de reciclaje que no admite límites.

Lo buitre no son sólo los fondos que realizan “inversiones de riesgo” comprando bonos “basura”, de países quebrados, sino la estructura misma del capitalismo financiero que estaría hoy más que nunca, por su articulación con el discurso de la ciencia, que pone fin a la relación directamente proporcional entre producción y empleo, en condiciones de obtener la mayor rentabilidad, en el menor tiempo posible y con el menor costo, desterrando cada día más de su campo la injerencia de la subjetividad y la intervención de los trabajadores, es decir, evitando el conflicto inherente a la relación entre el capital y la fuerza del trabajo.

La mayor ganancia está ligada entonces a la operación de exclusión. En la espiral de rentabilidad es el dinero el que, sin siquiera tener un respaldo tangible, trabaja y produce dinero, sin intermediación de la actividad productiva. ¿Quién podría querer en el futuro invertir su capital en emprendimientos productivos o comerciales, cuando puede obtener en poco tiempo, y sin conflictos laborales, más del 1.600 % de retorno invirtiendo el dinero en papeles a los que luego ejecuta con la anuencia de jueces afines a los intereses especulativos y a las mafias económicas? Y decir esto no es ir contra de la rentabilidad de las empresas, la competencia, el libre mercado etc., sino pensar que la circularidad del dinero, que se retroalimenta a sí mismo, debería encontrar en alguna parte un punto que abroche un sentido, un límite que lo ligue a lo humano.

Es necesario comprender esta estructura “libidinal” del capitalismo tardío, si se quiere entender lo fundamental de un problema contemporáneo y sus vastos alcances.

La pregunta es ¿cómo descompletar la circularidad capitalista?, ¿cómo introducir hoy un punto de falta en su recorrido?

ANTONIO RAMÓN GUTIÉRREZ

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