Los dedos en V del ministro Pablo Kosiner, por encima del gobernador Juan Manuel Urtubey, y frente a un muy respetable público –Nuevo Diario también fotografió juntos a Esther Altube de Perotta, Gustavo Ferraris y Raúl Medina. Son el signo de lo que en Salta significa “poder”. Fue el más sincero, el más creíble, y también el más brutal de todos los mensajes que se difundieron ese día del 11 de agosto de 2008, a sólo ocho meses de la asunción del gobernador del cambio.
Porque era esperable escuchar de Urtubey palabras como “amistad”, “convocatoria”, y “pluralismo”: si en boca de los mandatarios peronistas hace mucho esos vocablos tienen significado nulo, al menos conservan alguna utilidad. En este caso, la de hacer aparecer al gobernador como alguien que conserva el control de todo.
Pero por encima de esas palabras rituales había que dejar en claro con el gesto más contundente, en el lugar indicado, con la compañía apropiada, qué había cambiado en Salta ese 11 de agosto de 2008. Kosiner lo hizo y lo aclamó su respetable público.
No era, precisamente, la victoria de las urnas lo que celebraban esos dedos, sino, en todo caso, su derrota.
¿Con qué letras habría que acompañar la V? ¿(V)encimos?, ¿nos (V)engamos? ¿(V)olvimos?
Totalmente inútil interpretar algún proyecto o alguna idea de ese signo. Sólo indicaban la consumación de un “factum”: la fuerza de los hechos, no las leyes ni las ideas, es la sustancia de la política salteña de los últimos años.
A esta altura, para comprender el significado del 11 de agosto es inútil recurrir a los discursos y las declaraciones rituales del día.
La política de los hechos, mucho más que la hipocresía, ha banalizado el lenguaje. En política local, las palabras pueden ser rituales y útiles como en este caso, pero hace mucho que dejaron de significar algo que pueda compartir dos interlocutores.
En todo caso, para comprender el recambio en el ministerio que tiene a su cargo la Policía, serán mucho más necesario recordar palabras puestas en bocas de Kosiner hace pocos meses y aún colgadas en distintos sitios de la red.
“Zottos y Urtubey quieren ver sangre. Están buscando en el diputado Aparicio un chivo expiatorio y están utilizando políticamente el asesinato de Liliana Ledesma”. “Los salteños que tengan neuronas no van a votar a Urtubey”, “Si alguien presenta un pedido de expulsión de Urtubey del Partido Justicialista, yo lo apoyo”.
No es que haya que reprochar por hipócrita a Kosiner. En todo caso habría que ponderar su terrible sinceridad: leídas a la luz de los dedos en V del 11 de agosto, esas afirmaciones de ayer muestran en crudo cuál es hoy la lógica del poder en Salta.
Es la fuerza, ya no las palabras, ni las ideas, ni las instituciones, ni las urnas, lo que determina el curso de la política en Salta. Sus dedos en V han anunciado que en la tierra de los poetas y la tradición el poder se ha terminado de desplegar: las instituciones democráticas han dejado de coincidir con él.
Walter Wayar acaba de decir que Kosiner es un hombre honrado: tiene razón, ha tenido la honradez –como pocos- de decirnos aquella terrible verdad.
¿Será necesario recordar ahora que esta repentina vocación dialoguista del gobernador nace algunas horas después de un amotinamiento policial?
Visto el resultado de todo, ¿es posible no preguntarse si la disputa que se dirimió en la semana previa no giró en torno a unos pesos más o menos en el sueldo de un agente, sino en quién maneja finalmente los fierros en la provincia?
¿No es lógico concluir que los dedos en V del 11 de agosto señalaban quien había ganado la partida? ¿Es futurología vana detenerse a pensar cómo seguirán los negocios públicos de la provincia una vez resuelta la disputa?
Preguntas inquietantes que, por suerte o por desdicha según el caso, diluyeron las páginas del diario El Tribuno. Sus crónicas de aquellos días despojaron a Kosiner de su concreto itinerario político y lo convirtieron apenas en un currículum: un hombre que había recibido un título y ocupado distintos cargos en un Estado convenientemente purificado de luchas de poder. Y que a lo sumo había formado parte de “otro” sector político.
Ninguna mención siquiera a su rol como principal operador de Juan Carlos Romero en la Cámara de Diputados. Tenía razón Norberto Bobbio: el poder tiende a volverse invisible.
Hermosa y farmacéutica -la del matutino- versión de los hechos: bastaría creer en ella para evitar un dolor punzante en la boca del estómago.
- Fotos: Nuevo Diario de Salta.