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Vargas Llosa en la Feria del Libro

Mario Vargas Llosa y la polémica
Mario Vargas Llosa y la polémica
No es preciso ser visionario para pronosticar que el “Delendus est Vargas Llosa” lanzado en los últimos días resultará, por de pronto, en una multitudinaria concurrencia a la disertación con la que el Premio Nobel de Literatura 2010 inaugurará en Buenos Aires la Feria Internacional del Libro 2011.


Como durante estas semanas y ajena a la seriedad que habrá buscado darle el pensador Horacio González, la polémica cultural se ha reducido por aquí al ataque o a la defensa del escritor, sobre el que se han dicho tantas frases vacías de contenido y por momentos de buen gusto, que vuela bajo como no podía ser de otro modo la banalización, tanto de la apología como del rechazo que pudieran despertar sus declaraciones políticas, por cierto discutibles.

Unos han batido el parche al ritmo de consignas setentistas en clima de “preescrache”; y conste que soy setentista no sólo desde el punto de vista cronológico sino también por adherir a muchos de los postulados ideológicos perseguidos por aquella generación, más allá de lamentar hoy la cuota de voluntarismo revolucionario que se tenía entonces, y el haber hecho abstracción de si estaban dadas o no las condiciones para los cambios radicales que proponíamos.

El ideal mueve la voluntad, pero el mundo suele enterarse a destiempo que debe girar al ritmo de ella. Otros, los “retardatarios” en terminología de Perón -o algo más-, vienen a descubrir ahora -y en forma potencial ya que nada hace pensar en serio que sería silenciada la palabra del novelista- lo malo de una censura que no los afligía cuando se la practicaba a sangre y fuego en el país. Lo cierto es que muchos de aquéllos y de éstos, confunden universo intelectual con “barra bravas” enfrentadas en un partido de fútbol.

Y se leen con este motivo cosas pintorescas por demás. Así cierto -meritorio- rapdomante de textos borgeanos critica por reaccionario y extranjero a Vargas Llosa, como si nuestro creador hubiera muerto guevarista en Buenos Aires y no conservador en Ginebra. Claro que detrás de parecidas maniobras de aproximación al oficialismo se esconde algo peor que el afán mediático: se filtra el chauvinismo batido a punto de necrofilia. Debiera entenderse así que a Borges se le permite equivocarse por argentino y sobre todo por estar muerto; lo cual puede asimilarse peligrosamente a la extinción de las acciones penales “mortis causa”.

Aunque al fin y al cabo, qué importancia puede tener una charla en la Feria del Libro de Buenos Aires si no es su contenido mismo, que en el caso que nos ocupa por supuesto constituye una incógnita. Ese ámbito, en los hechos resulta a la cultura lo que la pornografía al amor: una exhibición de precios obscenos por ser en general inalcanzables al lector; un redituable espectáculo con las grandes editoriales y librerías como primeras figuras, donde ciertos escritores hacen las veces de actores de reparto en inducidas mesas redondas, otros sólo de extras en los stands, mientras se nos mantiene al resto a prudencial distancia, no sea que contrariemos el “canon”. “La cita de los libros en Buenos Aires en busca de mercados. La feria, una oportunidad de negocios”, tituló La Nación (25/03/11) un extenso comentario firmado por la columnista Raquel San Martín. Algo no desechable en principio: el capitalismo manda; bien que tampoco de especial relevancia para la cultura y hasta un mensaje con connotaciones riesgosas: puede que para vender libros se oferte también la pluma.

La comparación es odiosa pero no puedo dejar de hacerla. Poco tiene que ver nuestra feria de vanidades anual, esa “institución comercial” según alguna vez la calificó Borges, por ejemplo con la Feria Internacional del Libro de la República Dominicana, al menos con la IX exposición que se celebró en el año 2006 dedicada a la República Argentina, y que conocí por haber concurrido como invitado internacional a ella. Allí no se cobraba entrada, se traía en micros gratuitos a alumnos de colegios públicos de distintas regiones del país caribeño y, hasta debidamente anunciadas en los medios, había líneas de ómnibus que trasportaban sin cargo desde los barrios apartados de Santo Domingo a las personas que quisieran recorrer la muestra.

Lo crematístico no era el eje ni mucho menos. Claro está que la feria es allí un organismo oficial que actúa en el ámbito de la entonces secretaría –hoy ministerio- de cultura. Su director general era para entonces y lo sigue siendo en la actualidad por fortuna para las letras y debido al buen criterio de las autoridades políticas, el licenciado Alejandro Arvelo, un joven intelectual aplicado a las ciencias jurídicas y autor, entre otros trabajos, de un libro singular entre la bibliografía iusfilosófica de las Américas: “Los secretos de la argumentación jurídica” (2000). Amén de eso, Arvelo es un dinámico y aplicado funcionario y un ser cálido del que conservo su amistad, próxima en la distancia desde hace un quinquenio.

Ahora bien, vuelvo a Mario Vargas Llosa que con todas las enormidades a cuestas que se le quieran o se le puedan achacar, merece al menos de una cuota de oxígeno para no asfixiarse con el veto sugerido. Y sino de la cortesía de sacarlo cuanto antes del encierro de nuestra promocionada Feria, frecuentada por tanta gente que no suele pasar de la primera página de un libro. Aparte de reconocerle a Mario la garantía de que se lo discuta o aplauda por sí y no en función del inminente evento pseudocultural.

Yo mismo, y en este medio, lo he criticado hace poco por sus dichos a mi modo de ver injustos sobre el presidente Evo Morales. Y tengo con él una causa moral pendiente desde que leí un artículo suyo en defensa de las corridas de toros publicado en La Nación a poco de que fueran prohibidas en Cataluña. Me pareció impiadoso de su parte haber ensalzado en esa nota la discutible estética de la muerte de los animales en los ruedos y endeble el dogma de sacralizar la libertad sin límites éticos, a cuento de que se elige o no la actuación y la concurrencia a esas “fiestas”, olvidando que falta computar la libertad de los toros para cerrar el esquema, que partiendo de que no la tienen no cierra en absoluto.

Sí, también yo creo que el Premio Nobel de Literatura 2010, en ocasiones entiende mal la idea de la libertad; sobre todo cuando martillea con la libertad económica e idealiza -en el mejor de los casos- un mercado hipotético, sin control estatal, modelo que por de pronto tenemos la experiencia que no funcionó en la Argentina y que empobreció y hambreó al pueblo. Porque los ministros del culto al neoliberalismo no fueron antes ni lo son ahora ángeles desasidos de lo material sino Chicago boys, “lobbistas” de oligopolios, plutócratas de cuarta, políticos corruptos y dictadores violadores de los derechos humanos.

Pero dado a elegir, me quedo con las veces que la entendió bien y la ensalzó debidamente en novelas y ensayos varios. Como cuando ironizó sobre las “empresas patrióticas” castrenses latinoamericanas en “Pantaleón y las visitadoras”. Tomó partido por las víctimas del trujillismo en la “La fiesta del Chivo”. Miró con simpatía el feminismo de Flora Tristán en “El paraíso en la otra esquina”. O transitando los mismos paisajes del Joseph Conrad de “”El corazón de las tinieblas”, cuando cuestiona con sólidos argumentos el colonialismo en su reciente novela “El sueño del celta”. Elijo al Vargas Llosa nada sectario y liberal en serio, por ejemplo en materia de matrimonio entre personas del mismo sexo. Al crítico de Augusto Pinochet. Al censurado por Albano Harguindeguy; claro: “La tía Julia y el escribidor” ofendía el “ser argentino”. Al denunciante de las desapariciones y asesinatos ocurridos en la Universidad de La Cantuta el 18 de julio de 1992 bajo el régimen de Fujimori.

Al que en el año 2007 escribió en El País, de Madrid, en defensa de la escultura de la holandesa Lika Mutal, emplazada en una de las esquinas limeñas del Campo de Marte, y que muchos sectarios llaman “monumento al terrorismo” por tener inscriptos nombres de senderistas desaparecidos junto al de víctimas de la subversión. Manifestó entonces: “La violencia no es excusa para la violencia, y que los senderistas y sus congéneres fueran unos homicidas despreciables –yo lo sé muy bien pues también a mí trataron de desaparecerme- no justifica en modo alguno que fueran torturados, asesinados, y las senderistas violadas (como dice la sentencia de la Corte Interamericana que ocurrió en Castro Castro) por las fuerzas del orden”. Al que sin eufemismos califica de “sátrapas” a los dictadores de los países árabes del tipo Mubarak o Kadafi. Al defensor del indiscutible derecho de Estado de Israel a su existencia y al propio tiempo al hombre y al intelectual preocupado por tantos derechos conculcados a diario a los palestinos por la extrema derecha militarista israelí.

Precisamente vinculado con el drama de los habitantes de la Franja de Gaza, en noviembre de 2006 publicó en La Nación un artículo memorable: “Me llamo Rachel Corrie”. Lo redactó luego de presenciar en Nueva York la representación del unipersonal elaborado por Alan Rickman y Katharine Viner a partir de los diarios íntimos y cartas a sus padres de la joven pacifista norteamericana asesinada por aplastamiento en Gaza, en marzo de 2003, al pasarle por encima un blindado bulldozer israelí cuando trataba de impedir la demolición de casas de civiles palestinos. Recuerdo que en el análisis de Vargas Llosa no hay política pequeña sino que los renglones toman vuelo de humanidad y comprensión en grado de empatía con los sufrientes. Apuntan a marcar su solidaridad sin retaceos, tanto hacia los anónimos palestinos desalojados, cuanto a la extraordinaria joven que fue capaz de llevar a cabo semejante acto de filantropía hasta el propio sacrificio.

Como el corazón habla al corazón –“cor ad cor loquitur”, era la insignia que lucía en el escudo cardenalicio de John Henry Newman– esa nota despertó mi compasión, mi admiración por la heroica chica y mi interés por saber más sobre esa historia que hasta entonces conocía de oídas. Como si Mario Vargas Llosa hubiera puesto en altavoz aquel mensaje humanista y humanitario de Rachel Corrie a cuya memoria, tiempo después, dediqué el siguiente poema titulado con su nombre:

Rachel Corrie

“Arrasada la tierra dará/ flores silvestres./ Las casas derruidas estrenarán/ fantasmas de atravesar la/ altanería compactada al/vacío.
Y sobre el muro a escala del/ prejuicio, un insecto pasará delatado por su/
sombra lo/ mismo que los/hombres.

Será en otra estación del/ Calvario de la Franja de Gaza;/ entre tajos al aire de/ herir una envoltura que no/ alcanza a cubrir las/cicatrices./ Las piedras del desierto/ con percusión de marcha militar/ estrellan una a una sus/ porosas prehistorias, / sus vetas -nervaduras de/ arcaica utilería-,/ en las mentes que/ imaginaron muros: / voces de alto impostadas por no/ quebrarse en intención de/ prójimo./

Filosas como lápidas para/ fijar allí leyes de/ represalia,/ la chispa que/ encendió la zarza de Moisés y las/ brasas solemnes de/ cocinar corderos/ en la noche de Pascua no/ nació de esas piedras con la/ energía ahogada en/
cantimploras/ castrenses./

En lo idus de marzo del año 2003,/ sin conexión los días/ con la luz matutina y la/ arruga en bandada de los/ pájaros, el/ trabajo sin nombre de un/ blindado Bulldozer./ Mas no un anonimato:/ RACHEL CORRIE,/
aplastada por una/ excavadora./
(Qué intacta y garantida la matriz del/ relámpago.)”

  • Carlos María Romero Sosa es abogado y escritor.

    Su último libro es “Fanales Opacados” (Proa Amerian Editores, 2010)

    Blog: www.poeta-entredossiglos.blogspot.com

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