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El tesoro oculto de Bolivia

El corresponsal de la BBC, Peter Day viajó al Salar de Uyuni, el mayor desierto de sal del mundo. Desde hace años, este metal se usa en las baterías de computadoras y teléfonos celulares. Pero muchos creen que el litio también impulsará una revolución industrial, con la fabricación en masa de autos eléctricos.


Por Peter Day – BBC Mundo

Mientras los fabricantes de coches se apresuran a encontrar una alternativa sostenible a los vehículos que funcionan con petróleo, Bolivia espera que sus reservas de litio puedan servir como fuente de energía, y sean la llave a una nueva fuente de riqueza.

Aquí vive el jefe de un proyecto potencialmente enorme en el que Bolivia está poniendo grandes esperanzas, y me enseña sus preciosas gallinas. A 3.700 metros sobre el nivel del mar, en los altiplanos de los Andes en el suroeste boliviano, por las noches el frío es helador, pero los días son calurosos incluso en pleno invierno.

El sol, sin rastro de nubes, se refleja en la superficie de la mayor llanura salada del mundo, el Salar de Uyuni. Es un desierto espectacular. Durante décadas arrastró a mochileros jóvenes de todo el mundo, a pesar de las largas y polvorientas horas de viaje en autobús, tren y todo terreno hasta llegar a este enorme vacío.

Pero ahora, ese arduo viaje lo están haciendo otras personas: ingenieros y hombres de negocios de algunas de las compañías mineras y químicas más grandes del mundo. Están por aquí todas las semanas. Lo que los atrae a estos llanos es lo que yace bajo metros de sal y barro.

Allá abajo hay una gran reserva de agua salada, y ese líquido contiene los mayores depósitos del mundo del metal más ligero, el litio. Durante años, el litio se utilizó para usos especializados como la fabricación de cerámica y de píldoras contra la depresión.

Pero, de repente, se abre una demanda potencial enorme.

Grandes esperanzas

Estos últimos años, conduje o me llevaron en varios coches eléctricos recargables. Los fabricantes de coches se están dando prisa en construir sustitutos para el motor de combustión interna. Y se están creando grandes expectativas alrededor de las baterías con el corazón de litio, mucho más rápidas de cargar y descargar con energía (eso dicen) que las baterías convencionales, más pesadas.

Así que, si los autos recargables se generalizan, el litio podría ser uno de los materiales vitales para la nueva revolución automovilística. Y aquí en el Salar de Uyuni, en un país golpeado por la pobreza y las dificultades como es Bolivia, los expertos creen que se encuentra el 50% de las reservas mundiales de litio, en estos vastos lagos ocultos de agua salada.

Este es el motivo por el que Marcelo Castro, el hombre de las gallinas -también tiene conejos, quiere ser autosuficiente en este lugar desolado- está construyendo una planta piloto para aprender cómo obtener litio, evaporar el agua y separar el preciado metal de la sal.

Todo esto está generando enormes esperanzas en Bolivia. Para los extranjeros, éste es un país muy curioso: el segundo más pobre de Sudamérica después de Guyana, con una sociedad marcada por la enorme distancia entre ricos y pobres, con una gran diversidad geográfica entre el fértil este y los Andes en el oeste, además de las notables diferencias raciales entre los ciudadanos de origen europeo y la mayoría indígena.

Ambición del Estado

Estos últimos fueron los que votaron el primer presidente indígena del país en 2006 y Evo Morales se movió rápidamente para equilibrar el poder a favor del pueblo del que procede, nacionalizó algunos de los elementos clave de la economía, incluyendo el petróleo y el gas natural. Y repartió enormes cantidades de tierras estatales.

El presidente también aseguró que el nuevo material energético, el litio, no debería ser explotado por multinacionales extranjeras depredadoras, sino desarrollado por el Estado en beneficio de Bolivia.

Esto es motivo de orgullo para una defensora de Morales con la que hablé en la localidad más cercana a los depósitos. Con su característico sombrero, basado en el bombín británico importado hace más de 100 años, Domitila Machaca me contó que la gente del lugar recorrió a pie cientos de kilómetros hasta la capital, La Paz, en los ’90 para bloquear la explotación extranjera de los llanos salados y sonríe al alabar las intenciones de Morales de desarrollar esas riquezas localmente.

Todavía afectado por la altitud y casi sin aliento, llego a La Paz y le pregunto al ministro de minería, Luis Echazú, si Bolivia no se está arriesgando demasiado si, como algunos aseguran, quiere convertirse en la “Arabia Saudí del litio”.

“Oh, no”, me contesta, “nosotros queremos ir más lejos que eso, nosotros no sólo queremos procesar el metal, también queremos fabricar las baterías con él”. Pero para eso hace falta dinero y conocimientos que Bolivia tendrá que importar, y las compañías multinacionales están prevenidas contra países socialistas con grandes ambiciones estatales.

Horas antes, en las llanuras saladas, el jefe de obra de la planta piloto, Marcelo Castro, me invitó a un almuerzo delicioso, un gran bocadillo con huevos de sus gallinas. A pesar de las condiciones duras, se sentía muy orgulloso, dijo, de participar en este gran proyecto boliviano.

Si el mundo se pasa al coche eléctrico y si el litio es realmente el metal que le dará energía, y si los bolivianos pueden suministrarlo, el Salar de Uyuni podría empezar a sonar con mucha frecuencia dentro de poco tiempo.

Por no decir nada de esas preciosas gallinas.

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