Uno de los elementos distractivos más acentuados mediáticamente por el oficialismo gobernante de los últimos cuatro años, es el concepto de grieta social, que al parecer de la oligarquía que detenta el poder sería lo que en realidad impide el progreso del País en su conjunto.
No es una casualidad que esa grieta social se corresponda exactamente con la grieta económica que separa las distintas franjas de la población, compuesta básicamente por tres sectores bien diferenciados.
La elite oligárquica que detenta el poder económico en cualquier tiempo, concentrado a partir de las sucesivas generaciones por derivación hereditaria, desde la conformación misma de la Argentina.
Esta franja siempre se ha identificado desde aquél comienzo y hasta la fecha con las dictaduras militares y los gobiernos conservadores nacidos bajo ese signo, y han acumulado y aumentado sus riquezas en la línea de la llamada cartelización de obra pública, concesiones, exenciones –la patria contratista- y el latifundio improductivo.
En el otro extremo se ubica la franja de mayor cantidad de población, que por debajo de la línea de ingresos mínimos conforma el sector de pobres e indigentes, que excluidos en mayor o menor medida según el signo gobernante, queda al margen de las oportunidades.
Ese desequilibrio irritante, diezmado por las desigualdades y las posibilidades de progreso, es un mecanismo últimamente aceitado con la perversa denominación de meritocracia, que propone la falacia de que cualquiera puede superarse individualmente según sus méritos.
En el medio encontramos el tercer sector de ese trípode social denominado corrientemente como clase media, profesionales, comerciantes, pequeños empresarios, independientes y empleados públicos, que viven bajo un engaño pergeñado por la elite superior.
En este colectivo conviven los que han sido convencidos que su enemigo no es la minoría extremadamente rica que acumula privilegios, sino la mayoría pobre y excluida que cobra planes, y que tienen pánico de alguna vez llegar a caer más abajo y ser uno de ellos.
Y en una desorientación casi delirante, se sienten fantasiosamente superiores repitiendo el discurso de la oligarquía, en frases tales como el campo somos todos, o las chicas se embarazan para cobrar un subsidio, o imbecilidades por el estilo.
En la última semana de noviembre se ha conocido una encuesta en la que se revela, que el 74,8% de los votantes macristas admiten la intervención de las fuerzas armadas (golpe de Estado) ante casos de crisis institucionales, económicas o de corrupción, mientras que el 89,5 de los votantes del Frente de Todos lo rechaza en cualquier caso.
La grieta de siempre se visualiza así claramente, está vigente, se fortalece, crea divisiones, inequidades, injusticias, mala distribución del ingreso, mayor brecha económica entre ricos y pobres, más actividad delictiva, más represión, y así en escala ascendente sin miras a terminar.
Antes que el nuevo gobierno asuma, y ante el rumor de que se aplicarían retenciones del 30% en las exportaciones de bienes primarios, los principales dirigentes agrarios anunciaron que volverán los piquetes de la abundancia.
Tal exabrupto se ha repartido sin que a ningún fiscal se le mueva un pelo, y sin que la fracasada ministra Bullrich anunciara la represión que siempre está dispuesta a desplegar ante los movimientos sociales.
El 28 de noviembre en una entrevista radial con FM Noticias de Salta Capital, el gobernador saliente Juan Manuel Urtubey, perteneciente al sector oligárquico, dijo que trabajaría para la unión entre los Argentinos y que hay que cerrar la grieta, y trabajar todos en paz, evitando el enfrentamiento porque si no, no se va poder progresar.
La elite privilegiada convoca a la paz a todos, pero sin cambiar el estatus quo que la impide, porque sentarse sobre la paz de los ricos y cabalgar en sus latifundios nadando en superficialidades es fácil, y exigirle a los demás que aporten a la paz desde su pobreza es una bajeza sin límites.
Barajar y dar de nuevo decía don Arturo Jauretche, para que en el nuevo reparto se distribuyan mejor las cargas y desaparezcan los avivados que exaltan la democracia si gobiernan ellos, pero que conspiran contra todo lo nacional y popular, porque la justicia social les quitaría sus privilegios de clase.
Por eso aun antes del nuevo comienzo de ciclo constitucional, estos sectores concentrados y la prensa canalla homogénea que los pergeña y apaña, ya han empezado a conspirar abiertamente ante cualquier posibilidad de cambio, que no trepidan en tildar de tiranía ante el menor intento de promover un sistema más justo.
Así entonces, si los acomodados de arriba quieren paz, tendrán que empezar a distribuir con equidad y justicia, porque la paz de los unos y la paz de los otros no es la misma paz.
Porque los hogares de los excluidos en el reparto, para sostener la paz de los unos tendría que resignarse a la violencia de que padecen todos los otros, y aceptar ser menos, ser pobres, comer menos, sufrir calor y frio, cobrar un plan y callarse.
Todo para que la paz de los ricos siga siendo duradera.
Ni lo sueñen.
Daniel Tort, abogado y periodista
danieltort052@gmail.com