-*Por Antonio Gutiérrez
Este es un país donde nadie reconoce a nada ni a nadie, o mejor dicho, y para no ser injustos, donde al menos la mayoría no escucha ni reconoce a nada ni a nadie. En el océano de la indiferenciación de la época, en la vastedad del sueño colectivo, todo es puesto al mismo nivel y pareciera no haber ya puntos de referencia ni medidas estables ni abrochamiento del sentido ni existencia de límite alguno.
Jacques Lacan ya hablaba, hace unas pocas décadas, de la caída del significante “Nombre del padre”, de ese significante que organiza a todos los otros significantes y permite un punto de reunión universal en la travesía humana. Pero en la extendida hojarasca de nuestro tiempo todo da igual y es puesto en la misma bolsa indistinta de una certeza psicótica donde se repudia de plano cualquier atisbo de duda o reflexión crítica.
Pero si hasta un conocido gurú de campaña electoral, observador de las conductas humanas, dijo que el Papa no lleva más de 10 votos a lo sumo. A esa mayoría acrítica y engañosamente “apolitica”, se les estuvo advirtiendo de mil maneras sobre lo que es el neoliberalismo y su voracidad sin fondo, sobre la absoluta ausencia de límites y de consideraciones humanas, sobre todo lo que representaba el proyecto de “Cambiemos”, se les habló acerca de la fase financiera-especulativa del discurso capitalista, sobre el intento de las grandes corporaciones y mafias de la economía concentrada de adueñarse del planeta, se les habló del implacable dios del mercado y de los vastos estragos planetarios que ocasiona.
Se les habló de la descomunal transferencia de riquezas desde los sectores humildes y de las clases medias hacia los grandes grupos económicos, de la operación de exclusión de las grandes masas poblacionales en el mundo, etc. Se les habló principalmente de la vuelta inconsciente de los sujetos contra sí mismos, de la repetición de un drama histórico, de la posibilidad de tropezar una vez más con la misma piedra, se les habló que podían estar a punto de votar a favor de sus propios verdugos y arruinar sus propios logros. Se les habló de tantas cosas…
Yo personalmente en cientos de notas publicadas en diarios, y subidas a facebook, les dije a mis amigos que debíamos temblar si alguien viene y promete la “revolución de la alegría” o “pobreza cero”, que debíamos retroceder espantados si en una campaña electoral alguien promete que va a respetar a los que piensan distinto o que no va a perseguir a los opositores, etc. Les hablé de Freud a mis alumnos de la Universidad, pero a muchos de ellos les entró por un oído y les salió por el otro. Les dije que ya teníamos experiencia con esas frases, con eso del “síganme no los voy a defraudar”.
Les hablé de la no coincidencia del enunciado con la enunciación. Pero muchos no escucharon, no sólo a este humilde escritor y psicólogo, sino a nadie ni a nada (ni al mismísimo Papa siquiera) y se centraron en sus férreas certezas contra viento y marea. Ahora esos amigos me dicen: “hay que esperar y dejar gobernar”.
Pero que dejemos gobernar y respetemos el voto de la mayoría, como bien indica la democracia, no significa que no estemos profundamente preocupados y afligidos frente a las muestras evidentes de una restauración neoliberal que ya sabemos adonde conduce. En realidad no sé qué sentido tiene ya predicar en el desierto. Perdonen mi escepticismo.
–Antonio Gutiérrez, psicólogo y periodista