Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973- Buenos Aires, 11 de Setiembre de 2019.
Por Carlos María Romero Sosa
Pido castigo
Pablo Neruda
¡Cómo es que iba a llegar la primavera pocos días más tarde a nuestra Sudamérica que bautizó Liborio Justo, el izquierdista indómito hijo de un presidente grato a la oligarquía!
Aquel 11 de septiembre de 1973 debió juntar inviernos en su bolsa de huesos inmediatos.
Debió estirar sin brotes ni verdores de cobre las ramas como lanzas a las corazonadas.
Debió rayar el cielo el rayo que extermina y demoler los techos del resguardo –otros deben dormir a la intemperie- el martilleo de piedras de una tormenta bíblica.
Yo andaba veinteañando y debí someterme al golpe de una maza con peso inverosímil de un agujero negro: ¡Vamos Chile, carajo!; precoz el descreimiento de primaveras al compás de la vida que se arraiga en la vida y la hace irrevocable.
¡A Salvador Allende lo mataron los yanquis! Qué acelerar de pronto vejeces de ignominia. Qué ver del desengaño su rictus de verdugo cuando aquí en Buenos Aires, sin desarmar el puño cerrado sobre ideales, me extravié para siempre en trizas la inocencia en los pasillos salpicados de sangre en La Moneda en ronda de murciélagos aviones de alas membranosas, roto mi propio cielo: Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, juraba el Hombre Nuevo.
Generación perdida, la mía, que le dicen. La de mi padre había enrojecido, enronquecido, embestido al destino rígido como soga de ahorcado gritando la consigna: ¡No pasarán! Pasaron en Madrid y en Santiago. Después en Buenos Aires.
También pido castigo por la nocturnidad enardecida de aquel 11 de septiembre de 1973 con su inoportuno tramar la primavera, despertándome con diana cuartelera del sueño de Justicia, posible y providente.